LA DELGADA LÍNEA


Las difusas fronteras de la privacidad

    Los límites entre lo público y lo privado cada vez son más difusos, por lo que a veces tomar una decisión acerca de si es éticamente correcto tomar una fotografía y decidir acerca de cómo hacerla tiene consecuencias impredecibles, porque una fotografía no es nunca una mirada inocente sobre la realidad.

   Hubo un momento, a finales del pasado siglo, que pareció que la construcción de los grandes relatos fotográficos dejaría paso a la elaboración de discursos más cercanos y abordables, bajando la mirada hacia lo próximo, hacia lo cotidiano, casi hacia lo doméstico. A lo largo de la historia de la fotografía y en perfecta sincronía con sus rasgos identitarios, han sido miles los fotógrafos que han mirado el mundo tratando de mostrar lo más desconocido, lo más exótico, lo más espectacular, lo más violento, lo más peligroso. No han sido pocos los grandes proyectos de documentación fotográfica, individuales o colectivos, a través de los que se intentaba sentar cátedra sobre ciertos lugares, grupos, países o eventos. Se pretendía agotar posibilidades, abarcarlo todo, aplicar una contundente capa de exhaustividad a aquello de lo que se pretendía hablar, a través de proyectos casi epopéyicos. Sin embargo, la segunda mitad del S.XX trajo consigo una forma diferente de mirar el mundo y de analizar la realidad, otorgando una importancia mucho mayor a lo cercano, lo pequeño, lo más familiar. Seguramente el hombre tiene una familia global -parafraseando el título de la fronteriza exposición del MoMA en 1955- pero precisamente a partir de ese momento el espíritu enciclopedista e ilustrado cedió el paso a una mirada mucho más humilde, abandonando ese espíritu biempensante que no dejaba ninguna opción a la crítica ni a la movilización social. En ese sentido, fotografiar la cotidianeidad se reveló como una herramienta de narración social más efectiva que tratar de transportar a los lectores hacia mundos lejanos y conflictos ajenos al devenir diario, a los problemas palpables, a los dramas más accesibles y reales. Ahora, sin apenas tiempo para que dicha mirada cristalizase, la forma de establecer las relaciones sociales y políticas se ha modificado sustancialmente debido a las nuevas tecnologías de producción y distribución de información. Los nuevos relatos son tan cercanos que pertenecen de hecho en muchas ocasiones a la esfera de lo privado de quienes los producen, pero su distribución su consumo son públicos ya que se difunden a través de internet. Además, aquellos ámbitos –como el álbum familiar- que tradicionalmente se mantenían a salvo de lecturas ajenas y sobre los que se elaboraban discursos sin demasiadas aristas, ahora aceptan sin mayores problemas acontecimientos mucho más comprometedores. Donde antes había sólo fotografías de vacaciones, fiestas y celebraciones, ahora también hay borracheras, escenas del trabajo, peleas, etc,…., y todo ello se difunde sin apenas cortapisa, conformando un relato nuevo sobre el mundo que cuestiona los cimientos de la representación tradicional. Lo público y lo privado se confunden y se plantean de nuevo viejas dudas éticas acerca de cómo afrontar fotográficamente un acontecimiento o un hecho, porque las líneas referenciales, si es que alguna vez las hubo, se han hecho casi imperceptibles.
   La semana pasada sucedió algo que puede ilustrar el tipo de duda ética que se plantea, y sobretodo la duda del lector para conformarse una opinión acerca de qué es exactamente lo que se le ofrece. El pasado 18 de marzo la actriz Natasha Richardson, casada con el actor Liam Neeson e hija de la actriz Vanessa Redgrave falleció a resultas de un golpe en la cabeza mientras esquiaba en una estación de Quebec. Fue enterrada en una ceremonia privada por deseo expreso de la familia, pese a lo cual aparecieron publicadas numerosas fotografías del acto, entre ellas una firmada por Mike Groll, que plantea varias cuestiones importantes. En primer lugar el fotógrafo ignora la petición de la familia y fotografía al viudo y a la madre, para lo que se sitúa a gran distancia de ellos seguramente para asegurar la toma de la fotografía. Sin embargo, a pesar de violar el requerimiento y de no implicarse físicamente en el hecho, realiza una fotografía que visualmente respeta a las personas y transmite una gran sensación de intimidad, a través de grandes espacios vacíos y una gran economía de medios. Desde luego los protagonistas de los hechos son personajes públicos pero el drama que les ha ocurrido se sitúa en la esfera de lo privado. Además, se trata de un lugar común para los fotógrafos, porque el tratamiento de la muerte y de los rituales funerarios ha sido uno de los grandes referentes icónicos de la cultura occidental, y la fotografía siempre se ha sentido muy atraída por ellos, tanto que de hecho su aparición supuso un cambio radical en su representación. Puede que el debate se encuentre en dirimir si hay algún límite entre los espacios del fotoperiodismo y los de los paparazzi, o quizás si los límites ya se han subvertido y no somos capaces de identificarlos. Se trata de preguntarse si una ceremonia privada se puede abordar como un acontecimiento de interés general pero luego fotografiarla restituyéndole su privacidad, y de la misma manera si es posible tratar un acontecimiento público representándolo visualmente a través de sus individualidades.  El interés quizás radique en la novedad de la duda que se plantea, en no ser ya capaces de reconocer aquello que hasta hace poco tiempo parecía un valor seguro: dónde está exactamente la delgada línea que garantizaba nuestra buena conciencia. Quizás algo tan simple como la decisión de accionar el disparador de una cámara fotográfica tenga unas repercusiones impensables en nuestras vidas. 

Clemente Bernad 2009
Publicado en Mugalari / Gara, 2009.
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