LA IMAGEN DEL PODER



Visitar la exposición "Un siglo de España. Las mejores fotos de la Agencia EFE" es realizar un magnífico viaje didáctico para comprender cómo el poder utiliza la imagen fotográfica. Aunque parezca mentira, el uso que se hace de ella es aún más importante que la propia fotografía, porque es lo primero que vemos y porque nos habla de quien la usa y de sus intenciones. El nuevo uso –exponerlas en una sala- que ahora se hace de estas imágenes tan conocidas por todos, es una vuelta de tuerca más en la pretensión de hacernos creer que todo fue así, que la historia se reduce a esos momentos vistos de esa precisa manera.


   No sé qué se debe sentir al penetrar en un agujero negro, pero debe ser algo parecido a zambullirse en esta exposición de fotografías que dice pretender mostrar “una acertada mirada a la España del siglo XX”. La Presidenta de las Juntas Generales de Álava, Xesqui Castañer, dice también en el catálogo que acompaña a la muestra que “son imágenes que hicieron historia; imágenes que retratan y pertenecen a la historia misma”. El problema es saber de qué mirada y de qué historia estamos hablando. El problema es saber, como dice Humpty Dumpty en A través del espejo, quién es el que manda. Porque tanto el planteamiento de la exposición como sus imágenes conforman un ejercicio perfecto de cómo el poder gestiona la información en todas sus fases, con la voluntad de construir una determinada visión de la historia o, lo que aún es peor, una historia a su medida.     Lo que aquí se nos muestra como la esencia misma de la historia de España a través de las mejores fotos de la Agencia EFE, aquella que nació a la sombra del régimen franquista y que siempre tuvo el papel de una auténtica agencia oficial de noticias, no es un acto de contrición por el papel desempeñado como portavoz del poder o una reflexión acerca de cómo la fotografía es también capaz de ser vector de manipulación, sino todo lo contrario. Y es que la exposición no sólo está plagada de fotografías de todos los reyes, reinas, príncipes, infantas, jefes de gobierno y militares de todas las graduaciones que han campado por sus respetos por la piel de toro en tiempos que ahora se consideran oscuros, sino que también nos enseña que lo que en la actualidad ofrece en todos sus teletipos y fotografías sigue siendo la versión que el poder suministra. La voz de su amo. Ahora, cuando se habla de periodismo hay un lugar común, una suerte de pensamiento único que consiste en que todos los que a ello se dedican se consideran igualmente independientes y respetuosos con la ética y la deontología profesional. Cada cual es muy libre de considerarse a sí mismo como le plazca, pero si hablamos de independencia y de libertad de información es imperativo no tomar en cuenta a quienes sólo canalizan aquello que el poder quiere transmitir. No se trata de expulsar a nadie del paraíso del periodismo independiente, sino de ascenderlo al parnaso del propio poder.      
   ¿Para qué permanecer codo con codo con otros profesionales a la altura del barro de la calle y del duro trabajo de buscar y contrastar la información, pudiendo disfrutar del arrullo monocorde de la tranquilizadora versión oficial?Porque si la fotografía es siempre engañosa y si nuestra relación con ella siempre es ambigua y voluble, aún lo es más cuando se trata de fotografías que nos muestran partes de la historia que identificamos  como propias o al menos como cercanas. Es difícil no torcer el gesto al volver a contemplar por enésima vez las imágenes que en su día nos  castigaban desde las páginas de los periódicos pero ahora bajo el palio de ser la mirada acertada a la España del siglo XX. Es difícil, -a causa de la misma esencia  de la fotografía, que nos hace torticeramente creer que aquello que vemos en ella fue efectivamente tal y como se nos muestra-,  pensar que las imágenes fotográficas no son inocentes. Pero no existen las fotografías inocentes. No hay miradas inocentes. Hacer una fotografía y elegirla como vehículo de información es un acto no sólo periodístico sino también filosófico, cultural, económico y, en última instancia, político. Las imágenes que se ponen a disposición de los lectores muestran qué mundo es el que se mira y traslucen qué mundo es el que se desea. Porque tras tantas imágenes de gobernantes –dictadores o no-, sus familias, personajes famosos, grandes acontecimientos, victorias militares y un largo y monótono etcétera..., sin prestar atención alguna a otros aspectos quizás menos brillantes pero mucho más humanos,  es difícil pensar que así se pueda reflejar un siglo en la vida ni de España ni de ningún otro sitio.


Clemente Bernad 2003
Publicado en Mugalari/Gara, 2003.
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