la mecA
En 2005 recibí el encargo de elaborar un relato visual de la Casa de Misericordia de Pamplona (conocida popularmente como "La Meca") con motivo de la celebración de su 300 aniversario.
Al acercarse la navidad un grupo de residentes se animó a participar en un festival navideño compuesto por un desfile de modelos sui generis y una versión adaptada del clásico villancico “La marimorena”. Para mí, tras un tiempo deambulando despistado y sin rumbo por la Casa, encontrarme con ellos fue ver repentinamente todas las puertas abiertas. Ahí, en ese pequeño grupo, seguramente se reflejaban todas las claves que me servirían para hablar del resto de personas que aquí viven. Por eso decidí mirar de cerca a Juan, a Marichu, a Salustiano, a Mª Ángeles, a Estanis, a Maxi, a Luchy, a Isidro, a Teresa, a Rafael, a Carmen, a Vicente, a Miguel, a Sagrario, a Juan, a Vicenta, a Balbina, a Jesús, a Teodoro, a Luis, a Juan, a Ascensión, a Josefina, a Luis y a Gloria, sin perder de vista el paisaje de fondo habitado por todos los demás.
Ellos fueron mis lazarillos, mis guías, mis puntos de apoyo. Ellos, que están aquí precisamente porque necesitan apoyo, ayuda y compañía, que se cruzaron en mi cometido porque vinieron a esta Casa para encarar los últimos años de sus vidas, esos que -a pesar de todo-, siempre se afrontan en solitario, mirando de frente a la muerte, que se pasea desenfadada por estos pasillos, como todos saben. Por eso aquí nadie se anda con tonterías y el tiempo no es algo con lo que se juegue. Cada minuto que pasa tiene un sabor, un sonido, un olor, un pálpito particular que lo hace único, irrepetible.
Seguramente esa es la razón por la que fue tan importante para mí pasar todos estos meses en la Casa, porque mi mirada se tiñó de un color diferente, no del color con el que ellos miran la vida sino del color con el que yo nunca los miré. Y me propuse que mi mirada se situase en el lugar adecuado, en el punto justo donde se equilibran respeto y confianza, calor y distancia. No sé si lo logré.
Lo que sí sé es que mi trabajo en la Casa pasa por el agradecimiento a todos los que en ella viven y trabajan, y especialmente a los que me ofrecieron su imagen y sus palabras. Simplemente, gracias. Y si a alguien quiero hacer un reconocimiento aún más cálido es a Marta y a Beatriz, las chicas de Terapia Ocupacional, sin cuya ayuda nada de esto habría sido posible.
Y un recuerdo final para Teodoro Riezu, que falleció el 8 de marzo de 2006. Que la tierra le sea leve. Para todos los demás, salud.


























